Fernando
A. Martínez
Director
de Newlink Communications
fernando.martinez@newlink-group.com
Hablar de una buena reputación, es
hablar de integridad y confianza, de seguridad y admiración, de sostenibilidad
y coherencia, es hablar de un importante activo intangible para las empresas.
Por el contrario, una mala reputación se refiere a indignidad y descrédito,
incongruencia e insostenibilidad, es hablar de una imagen frágil.
Lo interesante es que la una buena o mala reputación dependen de los comportamientos, acciones y comunicaciones de la misma organización. Dice un proverbio “Una onza de reputación, vale más que mil libras de oro”. Y es que ciertamente la reputación no se compra, se gana en base a un conjunto de esfuerzos que se construyen alrededor de las organizaciones para garantizarles su sostenibilidad a largo plazo.
Les invito a que nos preguntemos ¿Cuál
es el valor que pudiera tener la reputación para su empresa? ¿Cómo agrega valor
la reputación a la rentabilidad de su negocio? ¿Está consciente de cómo está la
reputación de su empresa actualmente y del impacto que pudiera tener la misma para
los resultados de su negocio en el corto y mediano plazo? Decía el gran
Sócrates “el modo de obtener una buena reputación es procurar ser lo que se
desea parecer”. Imaginemos que nos paramos frente a un espejo, la imagen que
nos devuelve reflejará, si estoy bien vestido, peinado correctamente, combinado
adecuadamente y un factor muy importante, si me siento saludable y transmito
una imagen atractiva y firme frente a los demás.
Por qué hago esta analogía, porque hoy
en día, muchos de ustedes, al igual que yo, hemos observado por diferentes vías
la forma en que algunas empresas realizan grandes esfuerzos para transmitir
hacia su entorno una imagen, inclusive de buen gusto, pero como dijo alguien
hace varios siglos, se muestran como una fruta muy bonita por fuera, pero por
dentro se encuentran en mal estado.
Palabra clave: acción
De igual forma podemos citar el caso de
organizaciones que han sido víctimas de escándalos públicos a causa de su
comportamiento ético, las cuales disponían de unas piezas muy elegantes que
exhibían por toda la organización, una excelente definición de su “Visión,
Misión y Valores”, pero eran sólo eso, piezas y mensajes cosméticos que no eran
parte de su estilo de vida corporativa. En un mercado cada vez más competitivo,
las empresas están llamadas constantemente a estar bien conscientes de lo que
realmente desean ser, y a partir de ahí trabajar para transmitirlo
adecuadamente.
Y volviendo al ejemplo del espejo, si
además me visto correctamente, tengo un comportamiento coherente, me traerá
como consecuencia o resultado el respeto, la credibilidad y la admiración de
los demás, en otras palabras estaré recibiendo algunos elogios de mi entorno.
Pero para lograr que nuestra buena reputación sea bien conocida, es preciso
comunicarlo a las diferentes audiencias que impactamos.
La construcción de una reputación
Construir reputación, es un tema
complejo, pues no se trata de hacer esfuerzos aislados para ganarse la
admiración de ciertos grupos, se trata de identificar bien cuáles son mis
audiencias clave, siendo el personal interno de la empresa la audiencia de
primera fila, además de los accionistas, clientes, proveedores, comunidades,
autoridades, grupos de opinión, entre otros, de manera que se pueda trabajar
enfocado con estos grupos a través de un plan estratégico de comunicación
integral para gestionar una imagen robusta y sostenible a largo plazo, la cual
repercutirá en resultados tangibles para la organización.
Debido al gran
valor que tiene la reputación para las empresas, se hace imprescindible que
para su sostenimiento, los directivos estén dispuestos a tomar acciones que
refuercen esa reputación. De ahí la importancia de que la reputación debe
surgir de la esencia misma de la empresa, de sus valores, de sus principios y
de su voluntad de permanencia en el mercado, ésta debe derivar en una identidad
de la empresa que sea congruente y posteriormente se reflejará en una imagen
corporativa que exprese esos principios y valores de manera atractiva para sus
diferentes públicos.
Toda empresa debe saber, qué tipo de empresa
quiere ser, es decir, la forma en cómo ésta desea ser percibida. Conocer bien
las características internas y evaluar las externas, las cuales deben coincidir
para que la misma sea coherente y se convierta en un gran valor intangible a lo
largo del tiempo.
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